miércoles, 26 de febrero de 2014

Política romana

Por Antonio Castro

Estamos justo después de que Roma haya alcanzado la madurez. Roma, que ya domina el mediterráneo occidental, está a punto de lanzarse sobre oriente y crear un imperio que pervivirá para siempre en la memoria de Europa. 
 
Las guerras que encumbran a Roma vacían Italia del campesinado, la infantería de la que se nutre las legiones. Empiezan a haber tensiones en el Senado y en la ciudad. Roma necesita un cambio. Se empiezan a notar dos grandes fuerzas políticas que empiezan a luchar para dirigir los destinos de Roma, los destinos de un imperio.
 
Por un lado tenemos a las fuerzas, que hoy llamaríamos de derechas. Los optimates, los boni. Conservadores aferrados al Mos Maiorum. Creían que Roma, se estaba corrompiendo con los nuevos aires que llegaban de oriente. Era necesario ser férreo en las costumbres, y seguir siendo como los antiguos romanos. Eran hostiles a toda política que significase cambio, adaptación. Creían con sinceridad que solo siendo fieles a los ideales tradicionales romanos, Roma podría sobrevivir entre tanto cambio.
 
Por otro lado tenemos a los populares, hoy, las izquierdas. Gente consciente del cambio que querían que Roma se adaptase a los nuevos tiempos. Querían un reparto mas igualitario de los recursos y que se limitase el omnipotente poder del senado a favor del pueblo. Creían con sinceridad que solo si Roma se adaptaba y se hacia mas justa, podría sobrevivir entre tanto cambio.
 
Entre ambas fuerzas, iban a sostener una serie de pulsos, de guerras civiles, que acabarían desembocando en el imperio. 
 
Esta época iría desde las guerras púnicas al advenimiento de Augusto. Los Gracos, populares, defienden un reparto de las tierras generales de Italia, copadas en su mayor parte por la aristocracia senatorial. El senado promueve su asesinato y el conflicto finaliza con la victoria provisional de los optimates. Los escipiones, amantes de la cultura griega, también son políticamente derrotados por el conservador Catón.
 
La llegada de Mario destroza todo. Se alía con los populares y burla al senado, gracias a sus dotes militares, no le queda mas remedio a este ultimo que ponerlo al frente del ejercito para que salve a la misma Roma de los germanos. Es cónsul 6 veces seguidas, una autentica afrenta al mos maiorum. Sila, su segundo al mando, acaba siendo captado por los optimates. Aunque de orígenes humildes, es patricio. Solo la muerte de Mario evita una confrontación final entre ambos. Cuando vuelve a Italia lo hace como dictador y en medio de una carnicería, instaura los poderes del senado.
 
Pompeyo, combate al senado, demostrándole una y otra vez que los méritos son superiores a su sangre. Un senado dominado por lo optimates se ve obligado a parar los pies a Pompeyo, a Craso y a Julio Cesar, el cual forja una alianza entre estos últimos y vuelven, juntos, a burlar al senado. Craso muere, y como con Sila, consiguen que Pompeyo abrace su causa y traicione a su amigo. Julio Cesar, el Paladín del pueblo romano, contra los excesos del senado los derrota militarmente, es asesinado y de la inestabilidad resultante sale triunfador su heredero Octavio. Aquí finaliza la política romana.
 
Mis conclusiones es que fue una verdadera pena que ambas fuerzas, sin duda bienintencionadas, no fuesen capaces de colaborar en pos de la gloria de Roma y acabasen buscando la aniquilación del rival. Acabó por desangrar y cansar a Italia de forma que fue preferible el reinado de un emperador, a una libertad en el que el pueblo y el senado, en una modélica separación de poderes se turnaban para hacer leyes.
 
Hay una frase que leí hace eones que decía algo parecido a que la diferencia entre Europa y África es que en las naciones europeas, cuando la situación iba muy mal, las élites se enfrentaban unidas por la supervivencia de la nación. No así en África donde una tribu prefiere la destrucción de su país antes que la supervivencia de este bajo el mando de la tribu rival. 
 
Así acabo la república de Roma. Una clara lección del pasado. Desgraciadamente nuestra élites parecen olvidarla una y otra vez. Los dioses quieran que ambas fuerzas políticas, vigentes hoy en día, en prácticamente cualquier régimen, incluso no democrático, la tradición y el progreso, sean capaces de unirse en favor del bien común  de los pueblos en vez de conseguir su destrucción por sus intereses mezquinos y egoístas. 

 

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