Mi nombre es Casio Querea, y soy uno de los pocos supervivientes del bosque maldito.
La historia que os voy a contar es la tragedia más grande que sufrió
Roma en Germania. Allí, en ese lugar donde hoy reposan los huesos de mis
valientes hermanos de armas, aconteció una batalla en la cual participé bajo el
mando del Legado Varo, general de las tres legiones que comandaba, la XVII,
XVIII y la XIX legiones de Germania inferior, más 6 cohortes auxiliares y 3
alas de caballería.
Ocurrió en el año 9 d.c, en
otoño. Volvíamos de una campaña exitosa en Germania superior y nos encaminábamos
hacia el Rhin. Nuestro destino eran nuestros campamentos de invierno al otro la
del rio. Yo, como centurión de la primera cohorte de la XVII, animaba a mis
hombres que estaban recelosos por la decisión del Legado Varo de tomar el
camino que nos llevaba hacia los pantanos y el bosque de Teutoburgo. Varo había
puesto toda su confianza en Arminio, un bárbaro romanizado que le había
aconsejado tomar esa ruta justificando que llegaríamos antes al Rhin, pero los
hombres sentían dentro de sí un temor inexplicable, un malestar que se hacía
notar en sus rostros, eso me preocupaba en extremo ya que compartía con ellos
los peligros que entrañaba adentrarnos en el bosque y flanqueados por pantanos.
El primer día de marcha fue tranquilo, pero la incesante lluvia y el
frio otoñal calaban los huesos y hacia que los escudos y loricas pesasen en
extremo. Los pies, en constante contacto con el barro provocaba heridas a
muchos hombres, los cuales eran llevados a los carros que iban en la cola de la
extensa columna. Al segundo día de marcha llegamos a los pantanos. Atravesarlos
fue un calvario. Los hombres marchaban hundidos hasta las rodillas, a paso
lento y, para más infortunio, hizo aparición la niebla espesa que provocaba el
temor de los civiles que viajaban con nosotros, mujeres, ancianos y niños que
habían decidido cruzar el Rhin para establecerse dentro de las fronteras de Roma,
bajo su manto de protección que les prometió Varo. En el primer día de marcha
por los pantanos solo habíamos avanzado unos 15 km, muy poco para unas legiones
acostumbradas a cubrir 35km diarios. Los
hombres se ayudaban los unos a los otros para poder continuar, los tropiezos y
el agotamiento provocaba en las cohortes bajas por torceduras o por las
picaduras de serpientes y alimañas que acampaban a sus anchas en aquel
inhóspito lugar.
Tardamos un día en cruzar la franja pantanosa que estaba enfrente del
bosque. El rostro de los miembros que componían nuestro numeroso ejército lo decía todo. El agotamiento, y la orden del Legado
Varo de apresurar la marcha para salir de aquel pantano, había provocado que tres
legiones, que hacía unos meses fuese una maquina militar bien preparada, se convirtiese
en una columna de seres humanos sin organización y en algunas cohortes incluso
con trifulcas entre legionarios y centuriones. Ante tal expectativa Varo mandó
detener a la columna en los lindes del pantano para reorganizar las fuerzas y
dar descanso a los hombres durante un día entero. El panorama era desalentador
y me preocupaba mucho ya que el lugar era perfecto para ser atacados. No había
arboles cerca ya que el bosque se encontraba a medio día de marcha por lo que
no disponíamos de defensas adicionales, tampoco podíamos hacer fuegos ni
hogueras ya que el terreno estaba compuesto por matojos mojados y estaba enfangado por la lluvia constante que caía
sobre nosotros. Ante tal situación y a petición de mis hombres y centuriones de
otras cohortes me dirigí a junta del Legado Varo ya que yo era el primus pilum
(el centurión de mayor rango) para comentar le las inquietudes y aconsejarle
que aun estábamos a tiempo de flanquear el bosque.
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