lunes, 24 de febrero de 2014

El bosque maldito - La batalla de Teutoburgo (Parte II)

Por Jose Luis Vilas Lara

Varo estaba observando el bosque en la lejanía cuando llegue a junta de él. Con el estaban los signifer, el resto de los miembros del pretorium y, como no…, Arminio. Me presente a él como correspondida y le comenté lo siguiente “ Ave legado. Se presenta ante tí Casio Querea, primer centurión. Es mi obligación sugerirle que abandonemos la idea de cruzar el bosque y bordearlo, pues aunque nos lleve más tiempo, también será más seguro. Tal como se encuentran nuestras fuerzas es peligroso adéntranos el”. A lo que me respondió, -“Casio Querea, agradezco tu sugerencia y valoro tu preocupación, pero Arminio aquí presente nos asegura que estas tierras no son hostiles a nosotros, por lo que no se hable más del asunto, ¡y pon orden en las filas!”. Ante tal respuesta me quedo bien claro en la situación en la que nos encontrábamos. Varo estaba crispado. Era consciente del estado de la columna y no quería demorar más los días. Creo que pensaba, o estaba más bien preocupado, en cómo responder ante el Cesar del estado tan lamentable en que habían regresado las tres legiones y, por consiguiente, de su carrera política, que de una posible emboscada en los bosques, había olvidado por completo la norma básica de un comandante en jefe…….la prudencia.

Esa noche sentado en una piedra mientras cenaba pan y agua, guarecido de la lluvia por mi pequeña tienda, meditaba sobre aquel bárbaro que nos guiaba. ¿Sería de fiar?. Su rostro arrogante no me complacía, y aunque fuese un bárbaro criado en Roma con las costumbres romanas como condición de príncipe que era en su tierra natal, no dejaba de ser un bárbaro, ¿hasta qué punto era leal a Roma?, una nación que subyugo a la suya, que le impuso a sus dioses; pronto me revelaría su verdadero yo.

EL BOSQUEDespués de un día y noche de descanso nos encaminamos hacia el bosque de Teuteburgo. Llegamos allí a media tarde. Ante nosotros se presentaba un bosque tupido y frondoso. Nos detuvimos ante tal impresionante barrera natural que nos ofrecía una vista de lo peligroso que podría llegar a ser.

El silencio reinaba en el ambiente. Ni un solo ruido. Los hombres estaban nerviosos. El día de descanso, por llamarlo de alguna manera nos les había ayudado. Podemos decir que incluso empeoro la situación ya que las condiciones meteorológicas de la noche anterior trajo una tormenta de lluvia y frio, por lo que los hombres estaban empapados y sus vestimentas pesaban el doble. Cuando Varo se adelantó a la cabeza de la columna pregunto porque se había detenido, y recriminó la conducta de los centuriones, entre ellos yo -¡Os dan miedo los árboles!, ¡avanzad maldita sea!- exclamo nervioso y ofuscado.
La columna empezó a entrar en el bosque ya cumplida la tarde. Por mis cálculos deduje que estaríamos en su interior al anochecer, por lo que supuse que no avanzaríamos mucho, en lo cual estaba en lo cierto, así como entro el ultimo carro con bagajes una hora después hicimos noche en el camino.

Se empezaron los preparativos muy temprano para reanudar la marcha y adentrase aún más en el bosque. Los hombres parecían estar más tranquilos al ver que la noche fue tranquila, pero a mí lo que me preocupaba era el silencio total que había, uno de esos silencios que antecede a una sorpresa. Sorpresa que sólo un legionario experimentado como yo advierte antes de una batalla. Proseguimos la marcha antes de media mañana, el bosque era frondoso y el camino estrecho para una columna militar tan grande. Cada vez que nos adentrábamos más en él se hacía más difícil avanzar. Los carros de bagajes de cola no podían avanzar ya que no existía camino por dónde ir. La solución fue abrimos camino con las hachas y herramientas de labranza de los civiles más las nuestras y crear un sendero.

Y he aquí donde empieza la leyenda de Teutoburgo. A mediodía cuando el sol estaba en lo más alto, Armino informa a Varo que se adelantaría con la caballería auxiliar germánica la cual estaba bajo su mando para reconocer el terreno ya que sus exploradores le habían informado de algunas fuerzas tribales conocían de nuestra existencia y por mayor seguridad iría a tratar con ellos, de forma cortés, cuales eran sus intenciones. Y fue en ese mismo instante en que veríamos a Arminio por última vez como romano. Una hora después de su marcha empezó a caer sobre nosotros una tormenta de agua y rayos que provoco que hombres y bestias se detuvieran. Varo estaba enojado, la columna no avanzaba con suficiente rapidez y su lugarteniente, su amigo al cual lo quería como un hijo, estaba desaparecido. Temeroso de que le pasase algo, envió a algunos exploradores de caballería romana en su busca. Pero estos nunca regresaron. Yo me encontraba con mi cohorte al frente de la columna y desde mi posición podía ver a Varo con cara de preocupación.

 
 
En ese mismo instante empezaron a resonar cuernos y gritos infernales que salían del bosque a nuestras espaldas. Varo giro la cabeza y no daba crédito a lo que escuchaba. Se quedó con cara de perplejidad como diciendo ¿Qué es eso?, no puede ser. Se quedó allí inmóvil, sin decir nada. Pero yo sabía lo que era. Ya llevaba quince años destinado en esas malditas tierras, y ese ruido solo podía ser…… ¡LOS GERMANOS!. Rápidamente mandé formar a mi cohorte en posición defensiva.
 

 
 
 
 
 
 
Varo se quedó al frente protegiendo las águilas y me mandó que fuese al centro de la columna para ayudar a los oficiales de alto rango los cuales no estaban acostumbrados a combatir en este tipo de terreno. Rápidamente me dirigí en mi caballo hacia la zona de contacto enemigo, pero cuando llegue…….el desastre se cernía sobre ellos. Los malditos barbaros arrojaron desde lo alto de los montes que rodeaban el sendero, bolas incendiarias sobre el centro de la columna.



Las bolas de fuego empezaron a abrir brechas en las formaciones de las cohortes,. Los legionarios al ver venir esas bolas infernales las trataban parar con los escudos, incluso con las piernas.
 


 Era una tarea imposible, entre el suelo enfangado y el equipo de combate que a causa de las lluvias pesaba como el plomo impidió mantener la formación, por lo que el centro de la columna se vino abajo y perdió lo único que los podía salvar de la masacre………la formación en cuadro.

Viendo que el centro estaba perdido, ordené a los hombres que observaban como yo tal desaguisado, que formasen en testudo.
 
 

Impotentes conteniendo la rabia solo podíamos observar como nuestros compañeros se quemaban vivos.
 
 


Pero eso solo era el principio, detrás de las bolas de fuego salieron de entre la niebla unos seres con los ojos desencajados de sus orbitas gritando y aullando como lobos. La embestida fue feroz, los germanos se abalanzaron sobre nuestros compañeros y empezaron a mandar golpes con sus hachas y espadas. Incluso con piedras. Era tal el odio que reflejaba sus caras que, aunque recibiesen estocadas certeras, seguían luchando.

El ataque estaba bien organizado, primero fueron a por los centuriones y mandos superiores dejando a las cohortes sin mando, luego hizo su aparición el traidor Arminio con la caballería auxiliar germana e invistió el centro de la columna con tal fuerza que casi toda una cohorte fue despedazada por completo. El combate ya llegaba a su cénit. Centenares de legionarios muertos, otros arrastrándose por el suelo con algún miembro mutilado, otros acurrucados contra un árbol protegiéndose con su escudo y los más incautos tirando las armas pidiendo clemencia la cual no les fue otorgada. Los pocos que aun resistían luchaban por su cuenta e intentaban llegar hasta nosotros. De repente el sonido de los cuernos germanos sonó los cuales, al oírlos, se retiraron con una prontitud y tal rapidez como nunca antes había observado. En su retirada algunos de ellos llevaban en sus manos, alzando los brazos y mirando hacia nosotros, las cabezas de alguno compañeros nuestros. Incluso algunos ponían la boca debajo del cuello cercenado y bebía las gotas de sangre que goteaban.
 
 

 

 
 


El silencio reinante volvió sólo por algunos segundos. La lluvia volvió a hacer su aparición. El cuadro de cuerpos desmembrados y el olor de la sangre producía arcadas entre nosotros, ¿Cómo aviamos llegado a esto? Los primeros gemidos pidiendo auxilio no se hicieron esperar y nosotros salimos del letargo en el que nos encontrábamos y fuimos a su auxilio.




Desde la retaguardia y la vanguardia de la columna empezaron a llegar los tribunos con refuerzos para mirar que pasaba, cuando llegaron no dieron crédito a lo que vieron. Me preguntaron qué había sucedido y yo les conté todo, y lo más importante, la traición de Arminio. Se quedaron helados, no sabían que hacer, hasta que uno de ellos dijo – “Tenemos que informar a Varo. El cree que ha sido una escaramuza”- -“Todo”- dijo otro, - “Si te refieres a lo de Arminio también”-.

Cuando Varo fue informado según me contaron quedo en un estado catatónico algunos minutos. Sus tribunos estaban desconcertados ante tal actitud del Legado, ya que se preguntaban lo mismo que los demás, ¿y ahora qué?. Pero conociendo al legado, para él sólo había una cosa, una fijación en su mente, la traición de Arminio.

Varo tenía que tomar una decisión. O retroceder, lo cual era una maniobra muy arriesgada, o reorganizar la columna y seguir adelante. Después de meditarlo mucho y mandar exploradores decidió avanzar hasta un claro y dio la orden que nos fortificásemos en un fuerte de emergencia. Allí pasaríamos la noche y evaluaríamos el estado de la situación.



Después de una jornada intensa construyendo empalizadas, al fin pudimos descansar algo en nuestras tiendas y reflexionar sobre lo sucedido, la noche caía sobre nosotros y fui convocado para participar en la reunión del pretorium con el resto de mandos que quedaban con vida.



Cuando llegue a la tienda del Legado Varo el ambiente era tenso, el desastre había sido peor de lo que en un principio pensaban, habían sido aniquiladas por completo ocho cohortes y más de un millar de heridos.

 

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